19 octubre 2005

URGE CEREBRO NUEVO: RAZÓN AQUÍ

El otro día fui a comprarme ropa.
Esto, dicho así, no parece cosa del otro mundo… si me conocieran más íntimamente sabrían que, en mi caso, sería preferible una expedición a la selva impenetrable.
Pertenezco al rarísimo grupo de las escasas mujeres del planeta que odian ir de compras. Al menos cuando la que se va comprar ropa soy yo.

¿Que hay que ir a ver escaparates? Me apunto, eso no es mentalmente peligroso.
¿Que es una amiga la que se quiere comprar ropa? Perfecto, yo hago de perchero sin mayores problemas existenciales.
Pero comprarme ropa a mi misma mismamente… me supera.

Pienso que la ropa debería ser como la comida del super, en estantes, con carrito, sin pensar, sin probarse, sin destrozarse la pobre autoestima.

Nunca encuentro lo que busco, básicamente por que no se que coño es lo que busco, y claro… eso complica un poco la cuestión.
Luego está lo de las tallas. Lo que me queda bien por arriba, me sobra por abajo. Lo que me queda bien de largo no me abrocha. Lo que me abrocha me queda corto. Lo que me gusta no me cabe ni con calzador… lo que me cabe no se lo pondría ni la puta madre del que lo diseñó… un sinvivir.

Antes, todo era perfecto.
Definamos lo que significa el concepto “antes”: Antes, era cuando yo tenía una talla conocida, era cuando ésta no fluctuaba como el Índice Nikkey.
Yo llegaba a una tienda y pedía:

_ Un pantalón.
_ ¿de qué tipo?
_Vaquero.
_ ¿qué talla?
_ La 38

Y ya estaba. Me abrochaba, no hacía arrugas, no sacaba bolsas, no parecía un saco de patatas y me hacían un culo aceptable.

Mido un metro ochenta, si he dicho bien, un metro ochenta y pesaba 62 kilos, si he dicho bien también 62 kilos. ¿Parece mentira verdad? Pues medir esa barbaridad y pesar esa mierda estaba dentro de parámetros absurdamente normales porque todo me quedaba bien. El problema se reducía a que, de vez en cuando, alguna cosa podía ser corta. Se sacaba el bajo, y listo. Pero poco a poco me agarró la vida y todo eso fue cambiando. Las tallas subieron y luego bajaron y vuelta a subir y a bajar, y a subir… como en la mejor de las montañas rusas… hasta llegar ese momento inenarrable en que una ya no sabe que puta talla tiene.

Un día te compras un pantalón de… pongamos la 42… y te vale. Entonces tres meses después te vas a compra otra idiotez y dices, la idiotez la quiero en verde y de la talla 42, porque tú juras que llevas un pantalón de esa talla, pero…. NOOOOO.

Ése pobrecito se ha ido readaptando a ti, os habéis cogido mutuo afecto, él se ha estirando hasta casi reventar por las costuras y tu ni notas que casi te hace llagas.
Resulta que te saca ese tonto michelín no porque encogiera en el último lavado, si no porque estás que desbordas ¡¡¡PEDAZO DE TARADAAA!!!.
Y te encuentras probándote la 44… y la 46… y la 48... Y cuando llegas a la 50, que es la que de verdad te vale, te dices:

_ ¡Ni de coña! Me niego a comprarme esta carpa de circo.

Por eso el año pasado me apunté a usar sólo ropa de punto… como estiraba me servía siempre.
Pero mi marido, que tenía el día inspirado, me dijo:

_ Tienes el armario a rebosar de ropa de todas las tallas existentes, de hecho deberías empezar a plantearte montar una tienda… pero ni una sola de esas cosas te vale, ni te volverá a servir jamás de los jamases aunque comas de memoria el resto de la vida. Asume que tienes 43 años, que mides lo que mides, que pesas lo que pesas, que la vida continúa aunque tengas una talla 50 y que estás buenísima.

Y allá me fui yo a trote gorrinero con mi autoestima por las nubes a buscar algo bonito, barato y que, a ser posible, me quedara divino… casi na.
Estábamos, mi autoestima y yo, tan contentas mirando cositas por la tienda adelante sin meternos con nadie… hasta que apareció la aguafiestas de turno más conocida por: Dependientanoréxicaconganasdefastidiar.

_ En tu talla no vamos a tener nada.

Inmediatamente mi amiga Autoestima se fue a hacer puñetas, principalmente porque es una desaprensiva de mierda que me deja tirada cada vez que le viene bien. Pero oye, es largarse ésta y aparecer otra íntima que tengo que se llama Malaleche. Siempre viene cuando se la necesita.

_ ¿Y a ti quien te ha dicho que yo esté buscando algo en mi talla? ¿Eh monina?
_ Ah… pensé…
_ Pues no pienses que duele. Verás linda: lo que pasa es que estoy buscando ropa para mi hija que empieza este año en la universidad y quiere renovar todo el armario. Pero resulta que ella no puede venir porque se ha torcido un pié y tiene que hacer reposo ¿sabes?
_ Pobre…
_ Si pobre… ¡Bueno! ¡¡¡Quiero que me enseñes de todo!!! Pantalones… faldas… esos vestiditos tan monos… ropa interior… camisones… abrigos… ¿Bañadores tenéis? Es que luego se va al Caribe. Talla 36.


Cuando llevábamos una hora y la petarda había sacado media tienda…

_ ¡¡¡Uyyyy!!! ¡¡¡¡Que tontaaaaa!!!!... Pero si me he dejado la tarjeta en casa… Mira vete empaquetándomelo todo que vuelvo en un ratín a recogerlo.

Y me fui a probar a otro sitio a ver si había más suerte con las tallas y con las dependientas.

_ ¿Te puedo ayudar?
_ No sé. ¿Puedes?
_ ¿Que deseas?
_ Ropa.
_ Ya… pero… ¿podrías ser un poquitín más precisa?
_ No.
_ Mira, esta temporada viene una moda preciosa… ¿Qué talla tienes?
_ Entre la 44 y la 50 a elegir. Depende del día.
_ Por lo que veo te debe resultar difícil encontrar ropa ¿verdad?

Puse cara de: “y a tu madre le debe resultar difícil aceptar que después de tanto sufrimiento para parirte salieras tan poca cosa ¿verdad?”
Ella puso cara de: “¿porqué no me quedaré muda de vez en cuando?” y dijo:

_ Lo digo por lo alta que eres.

El caso es que la chica era lista y tenía ganas de vender y yo de comprar.
Empezó a sacarme ropa. Y yo a probármela. Y ella a preguntar desde fuera con voz dulce:

_ ¿Te vale?
_ Si
_ ¿Te traigo de otro color?
_ Si
_ ¿Te queda bien?

Y me quedaba bien…
El único problema es que, al parecer, para ir a la moda este año hay que disfrazarse de aviador, o de señorita victoriana del siglo XIX con chorreras en las blusas, o de colegiala inglesa, o de Audrey Hepburn en “Desayuno con diamantes”, o de lapona con reno y todo.

_ Mira, me queda muy mono pero veras…el avión consume mucho, el siglo XIX no me pone nada, la disciplina inglesa no me va, de Audry no me veo, y si me llevo el reno a clase me lo van a apedrear. ¿No tienes algo que no parezca un disfraz?
_ Es lo que se lleva este año.
_ ¿Disfrazarse?
_ No, el estilo algo retro y con ese tipo de inspiraciones.
_ ¿Y si el año que viene se les pone en las narices a los diseñadores inspirarse en los dibujos animados me tengo que vestir de Piolín o de perro Pluto?

Al final me he comprado ropa… si…
Una especie de poncho rosa con mucho estilo que no tengo con que ponerme…
Una especie de chaquetón monísimo que no abriga un carajo…
Una blusa que transparenta hasta la piedra que no tengo en el riñón, muy “ponible” sobre todo si voy a alguna orgía…
Un pantalón muy muy de vestir que queda perfecto si no me siento. Si me siento se arruga como un higo breva…
Unas botas con un tacón que me pone en metro noventa. Ideales para las 85 escaleras que bajo y subo cada día corriendo por el instituto.
Un sujetador que realza mi figura hasta subirme las tetas a la altura de las anginas, que como me lo ponga le voy a sacar un ojo alguien…

Podría seguir… pero mejor voy a buscar el ticket de compra para ir mañana a cambiarlo todo por tres pantalones vaqueros de la talla 50, un jersey talla monstruo abrigadito y un cerebro nuevo.